El verano se hacía presente tan lentamente y ese sol tan vivo, le  hablaba a los dioses y huracanes sobre verdades, sobre futuros y  presentes descubiertos en las nuevas conciencias. El parto ya no era de  dolor. Nuevas sangres de hermosura reforzaban a los aldeanos para  enfrentar nuevos yacarés míticos blancuzcos, nuevos rostros del mismo  viejo imperio de incógnitas y lujuria. Ese día no dejó de brillar, el  sol se alejó dulcemente, limpiando las heridas de la favela de todos y  su acostumbrado color rosa...  
Ender Israel Rodríguez 

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